LA REPUBLICA PARTIDA

11.11.2012 13:58

CENTRALISMO VS AISLAMIENTO CULTURAL

El problema de Buenos Aires versus las provincias del interior es antiguo, tanto que precede a la constitución misma de la Nación. En el origen encierra la imágen de este puerto populoso de Bs As que fue creciendo en poder económico y político mientras sus habitantes, en contacto con todo lo bueno y lo malo de este tránsito, ganaban en cosmopolitismo y arrogancia, éste fenómeno iba disminuyendo a medida que nos alejábamos de la capital. Las diferencias culturales entre estos dos mundos abrirían una brecha cada vez más profunda.

Toda vez que se retoma el conflicto cultural entre Bs. As. y las provincias se evidencian una serie de prejuicios. Hablar del “interior” o “resto del país” para referirse a las provincias supone una simplificación que acepta la existencia de un centro a partir del cuál todo lo demás es periferia, resto o suplemento, al mismo tiempo que se considera ese resto como homogéneo. Lo mismo ocurre con sus gentilicios: “porteño” es sinónimo de soberbio y prepotente, lo “provinciano” denota la estrechez de mirada y la incapacidad para aceptar situaciones y posibilidades distintas a las propias.

 Buenos Aires representa en el imaginario nacional, en primer lugar, la idealización de un espacio que, al menos en lo cultural, parece cumplir con todas las fantasías. Y en segundo lugar, la comparación de la ciudad con otras tantas capitales culturales como lo son París; Londres o Berlín (lo que se olvida es que países como España, Brasil o los EEUU surgieron polos culturales de primer nivel en otras ciudades que no son sus capitales.

El problema no se centra solamente en cargar todas la culpa en  Bs As, quien renuncia frecuentemente a incorporar y difundir las expresiones provenientes de otras regiones del país, bajo la excusa de que estas “atrasan” en términos de evolución artística. Sino también se hace indispensable reconocer la responsabilidades de un Estado que  no ha sabido ni querido darse políticas culturales auténticamente federales, en materia de promoción, difusión y formación de artistas, así como también de espacios o patrimonios. Por otro lado, es falso creer que solo Bs As produce cultura, desde hace algún tiempo muchos de los fenómenos culturales que se generaron en las provincias, dejaron de tener a la capital como horizonte, generando circuitos propios de difusión.

 Por último, es necesario resaltar el papel del mercado, como medio poderoso que no se preocupa de las expresiones culturales sino que se centra en los productos que impone y difunde según criterios en los que la rentabilidad es más importante que la calidad.

LA MALDICIÓN DEL CENTRALISMO

El término centralismo evoca con facilidad al Estado. Para la antropología lo cultural es una dimensión en la que las sociedades elaboran sus procesos simbólicos y materiales, más amplia que aquella administrada y/o administrable por el Estado. El centralismo cultural tiene que ver con le edificación de la Nación en términos políticos y de identidad, según principios que buscan producir uniformidad entre los habitantes del territorio del Estado. Estos principios afectan a los imaginarios, las celebraciones, la historia , la lengua, la etnicidad, la religión, las prácticas artísticos y las cotidianas. A la par que se concentra el poder y las jerarquías administrativas, se conforman espacios de reconocimientos, de legitimación y de transmisión del gusto, de lo normal, de lo valioso y lo deseable supuestamente para todos. El centralismo es un problema en la medida en que no establezca canales suficientes de visibilidad, reconocimiento, respeto, protección y promoción de la diversidad cultural.

            En la Argentina el Estado ha cumplido un papel muy relevante en lo cultural, conformando reparticiones en los niveles federal, provincial y municipal pero la cultura del país no puede pensarse sin reconocer los papeles fundamentales que juegan lo privado y el mercado.

            La primera responsable a nivel del Estado federal, la Secretaria de Cultura de la Nación, carece como organismo nacional de un territorio propio: éste les pertenece a las provincias y municipios. Las acciones de la SCN alcanzan a todo el país, pero tienen particular presencia en la ciudad de Bs As.

            Todas las provincias tienen su propios responsables en Cultura, aunque el nivel y la jerarquía de éstos  varía considerablemente, solo en 5 casos las dependencias remiten directamente al Poder Ejecutivo (Tucumán se encuentra en estos casos). Es común que Cultura sea una repartición de otro Ministerio-usualmente educación-con rango de Secretaria o agencia. En la mayoría de estos casos estas áreas se incluyen en niveles aún más bajos de la Administración con rango de Sub-secretaria, agencia o dirección.

            El financiamiento público proviene especialmente de leyes nacionales y provinciales que asignan recursos de Renta Generales a esta reparticiones, pero también de asignaciones de otros recursos a fondos específicos

            El centralismo cultural porteño debería ser relativizado, por que la constitución de un centro no depende de la mera pretensión centralista. No basta con pretender ser centro, para serlo también debe ser reconocido como tal. Cuando Bs As se abre a lo que viene del interior, o cuando organiza iniciativas en las provincias, fortalece su posición como centro, pero a la vez refuerza las centralidades provinciales. El centralismo criticado a Bs As se parece mucho al que desde el interior se atribuye a sus propias capitales. Hecho agravado porque las responsabilidades de estas a dar visibilidad y reconocimiento a sus patrimonios, a sus pueblos originarios y a su creatividad cultural son mayores que los de la capital federal.

            Pero no se trata solo de articulaciones, relaciones y confrontaciones políticas entre y dentro de  los diferentes niveles del Estado, la problemática es mucho más amplia donde el actor protagónico es el “mercado”. El centralismo es un fenómeno político y económico donde se cruzan el Estado y un mercado que ejerce su poder cuya potencia se acrecienta al tratarse de mecanismos menos evidentes, naturalizados y cerrados al debate. Si bien aparecen y se desarrollan iniciativas descentralizadoras dentro de la creación popular y erudita, el mercado tiende al centralismo con fuerza desproporcionada. La libertad de mercado que ofrece el acceso a múltiples expresiones culturales, al  mismo tiempo disminuye y hasta impide la visión de muchos otros.

            El espacio privilegiado en el que se asigna y reconoce universalmente a la ciudadanía el derecho a elegir y reclamar, y la normativa, la institucionalidad y la división de poderes para convalidar estos ejercicios, corresponde al  Estado. De ahí la importancia de desarrollar iniciativas que desarticulen el centralismo y la tendencia a uniformar, mediante políticas descentralizadas y pluralistas que permitan dar a conocer y reconocerse a individuos y sociedades con diversos hábitos culturales.

EL MITO DE LA CABEZA DE GOLIAT

Algunos argumentan que la historia Argentina es un largo y desparejo proceso con características particulares según las regiones. La toma de partido dividió los bandos a veces brutalmente: precisas explicaciones ideológicas privilegiaron el puerto como abanderado de las ideas mas avanzadas en el camino de la liberación humana, mientras el interior era observado como una rémora anclada en formas reaccionarias y conservadoras.

Lo que suele irritar a los del interior es que se asuman como validas para toda la argentina, una historia y una producción cultural hecha en la metrópolis; como si buenos aires representara necesariamente al conjunto.

En la argentina, menos buenos aires, todo es “el interior”. Ezequiel Martínez Estrada en La Cabeza de Goliat cita a Alberdi: “no son dos partidos, son dos países; no son unitarios y federales, son Buenos Aires y las provincias”. Para Martínez Estrada Buenos Aires es la cabeza de un gigante de cuerpo atrofiado y, además, decapitado. Nadie se acordaría de Goliat si no hubiera perdido la cabeza en manos del pequeño David. En realidad, Martínez Estrada sospecha que el gigante no existió nunca, por que el cuerpo jamás formo un todo con la cabeza. La cabeza, buenos aires, solo se preocupo de si misma. No era un gigante, sino un monstruo. No fue, no podía ser verdaderamente la capital federal por que todo se reducía a ella misma. Sueño de ser gigante como paradigma de la pesadilla argentina, sentirse gigante y comprobar que le falta el cuerpo. La Argentina crisol de razas o la Argentina potencia despierta para comprobar su precariedad; no es casual que John William Cooke descubriera que el movimiento político destinado a cumplir las aspiraciones de una patria “libre, justa y soberana” era un gigante desarticulado y ciego, y que clamara, inútilmente por imponerle una cabeza que le otorgara sentido a ese cuerpo que espera

LA “CUESTION FEDERAL “

Federal, federales y federalismo han sido términos recurrentes en el discurso político, institucional y cultural argentino. En nuestro tiempo portan un aura positiva: se descarta que refieran a un ideal que debería ser compartido por todos, de manera tal que aunque quienes están lejos de sentirlo como propio, lo invocan sin demasiados pudores. Si bien existen definiciones precisas para cada una de esas palabras, su utilización con frecuencia desborda esos limites para abrirse en distintas direcciones.

Por lo menos tres cuestiones se confunden usualmente bajo el manto de la “cuestión federal”: la relación entre el estado nacional y los estados provinciales (centralización del poder vs. Autonomías), la polarización buenos aires-interior y la rivalidad entre porteños y provincianos.

Por definición constitucional, la Argentina desde 1853 es una república federal. Ese desenlace tiene, sin embargo, una historia anterior, pues a partir de la ruptura con España hubo variados intentos de organización política. Los esfuerzos por parte de sectores de la dirigencia revolucionaria por definir una soberanía única para el conjunto de los territorios que habían sido parte del virreinato fracasaron. Las diferentes regiones reclamaron su soberanía  y mientras algunas de ellas –como el Paraguay, por ejemplo –se separaron del resto, las demás dieron forma a un conjunto variable y laxo, las provincias unidas, en que cada una mantenía un alto grado de autonomía .

Esa autonomía fue defendida de sucesivos intentos por subsumir las soberanías provinciales en una nacional. Las luchas entre los “unitarios” y “federales” a partir de mediados de los años 20 dan cuenta de esas disputas, que terminaron mal para los primeros. La solución fue una confederación: las provincias se mantuvieron como estados soberanos e independientes, vinculados entre si por pactos y acuerdos parciales, pero sin un gobierno central. Ya entonces era difícil asociar a buenos aires o a los porteños con centralismo, pues había unitarios y federales en diferentes provincias y el proyecto confederado fue encabezado, precisamente, por un bonaerense, Juan M. De Rozas.

Esa solución fue exitosa y duro hasta que la constitución del 53 dio nacimiento a la república federal. Esta fue una innovación decisiva, pues instituyo la soberanía de la nación y creo un gobierno central, a la vez que reservo cierta autonomía para las provincias. La Argentina encontró así una forma institucional definitiva. Pero las disputas por el control del poder estatal y su relación con los poderes provinciales seguirían vigentes por muchos años.

La consolidación de una autonomía central fue sostenida y también combatida por sectores diferentes de las dirigencias políticas con pie en las distintas provincias, incluyendo la de buenos aires. El primer intento de crear un gobierno nacional estuvo encabezado desde Paraná por Urquiza, con apoyos provinciales y la oposición firme de buenos aires (que se mantuvo como estado separado del resto por casi diez años). Desde allí se monto, sin embargo, el siguiente experimento centralizador, con Mitre en la presidencia, quien busco doblegar cualquier resistencia, proviniera esta del interior o de los propios porteños. En el noroeste y cuyo hubo levantamientos contra lo que Felipe Varela llamo “el centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires”.

En 1880 cuando la candidatura de Roca, sostenida por el presidente Avellaneda y por una coalición de fuerzas de diversos provincias, fue denunciada como una “imposición” del gobierno central. La principal resistencia surgió justamente en Buenos Aires, donde se organizo una movilización masiva y armada pronto vencida por las tropas del ejercito nacional. Los triunfadores adoptaron medidas drásticas destinadas  a fortalecer el poder estatal. La ciudad de Buenos Aires, foco de reclamo autonomista, fue desgajada de la provincia rebelde y convertida en capital de la república, sitial y símbolo del estado nacional. Desde allí, el nuevo gobierno, nacido del interior, buscaría sistemáticamente consolidar la centralización.

NTEGRANTES:

Pereira Silvana E.

Ramos Romano Georgina S

Rivero Soraire Conrado A

Rodríguez Soria Cynthia V

 

 

 

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