FAMILIA

01.06.2012 18:49

El concepto clásico de familia parte de un sustrato biológico ligado a la sexualidad y a la procreación. La familia es la institución social que regula, canaliza y confiere significado social y cultural a estas dos necesidades. Incluye también la convivencia cotidiana, expresada en la idea del hogar y del techo: una economía compartida, una domesticidad colectiva, el sustento cotidiano, que van unidos a la sexualidad “legítima” y a la procreación.Distintas sociedades, con organizaciones sociopolíticas y estructuras productivas diversas, han ido conformando organizaciones familiares y de parentesco muy variadas. La literatura antropológica clásica se ha dedicado extensa e intensamente a la heterogeneidad de las estructuras de parentesco, desarrollando una compleja taxonomía: matri y patrilinealidad, matri y patrilocalidad, linajes y clanes, reglas de sexo y endogamia, monogamia y poligamias/poligenias de diversas formas, etc. Sin embargo, toda esta heterogeneidad cultural tiene algo en común: se trata siempre de cómo se organiza la convivencia, la sexualidad y la procreación.
En la realidad social que nos toca vivir, no nos encontramos ni remotamente con tanta diversidad organizativa. Por el contrario, vivimos en un mundo mucho más homogéneo, donde hasta no hace mucho tiempo había muy pocos cuestionamientos a un modelo de familia “ideal” o idealizado: la familia nuclear y neolocal (es decir, caracterizada por la convivencia de un matrimonio monogámico y sus hijos, que conforma su propio hogar en el momento del matrimonio), donde sexualidad, procreación y convivencia coinciden en el espacio “privado” del ámbito doméstico. Este modelo es parte de una imagen que se ha ido construyendo en la historia social de Occidente, especialmente durante los últimos dos siglos, según la cual la familia nuclear es sinónimo de la familia, y se la concibe como anclada en una “naturaleza humana” inmutable, que conlleva también una concepción particular de la moralidad (cristiana) y la normalidad. El predominio de esta imagen de la familia, su  naturalización (proceso por el cual se la identifica como lo “natural”, o sea, guiada por principios biológicos) y su peso como definición de lo “normal” (frente a las desviaciones, patologías y “perversiones”) obstruyeron y ocultaron dos fenómenos muy significativos, tanto cuantitativa como cualitativamente: primero, el hecho de que siempre hubo otras formas de organización de los vínculos familiares, otras formas de convivencia, otras sexualidades y otras maneras de llevar adelante las tareas de la procreación y la reproducción. Las nuevas investigaciones históricas sobre estos temas proliferan y se reproducen: la homosexualidad en la historia, la circulación social –comercio, entrega,robo, adopción legal e informal– de niños y niñas, las formas de convivencia elegidas o forzadas que no se basaban en lazos de parentesco, son algunos de los temas centrales de la nueva historiografía de la vida cotidiana, que saca a la luz aspectos hasta hace poco históricamente invisibles.
En segundo lugar, y esto también está en pleno proceso de tornarse visible, la familia nuclear “arquetípica” está muy lejos de serlo si se la mira desde un ideal democrático: tiende a ser una familia patriarcal, donde el “jefe de familia” concentra el poder, y tanto los hijos e hijas como la esposa-madre desempeñan papeles anclados en la subordinación al jefe. Estos rasgos, por supuesto, no siempre se manifiestan con la misma intensidad, pero son constitutivos de
esta forma de familia. La conceptualización de la familia con una perspectiva de género y el análisis crítico sobre la distinción entre el mundo privado y el ámbito público han generado una nueva camada de investigaciones que ponen en cuestión esa imagen idealizada de la familia nuclear. Ambos desarrollos, no sólo convergentes sino a menudo integrados, permiten avanzar en el planteo y en el análisis de las tensiones y dilemas que la institución familiar o, mejor dicho, la multiplicidad de modalidades de organización familiar enfrentan en la actualidad.
El hecho central es que vivimos en un mundo en el que las tres dimensiones que conforman la definición clásica de familia (la sexualidad, la procreación, la convivencia) han sufrido enormes transformaciones y han evolucionado en direcciones divergentes. El matrimonio heterosexual monogámico ha perdido (si alguna vez lo tuvo) el monopolio de la sexualidad legítima, y la procreación y cuidado de los hijos no siempre ocurren “bajo un mismo techo”, con convivencia cotidiana. Surgen entonces dudas acerca de qué es –o sigue siendo– la familia. La imagen, convertida ya en lugar común, es que la familia está “en crisis”. Pero, ¿qué familia está en crisis? Si se habla del modelo tradicional “ideal” del papá que trabaja afuera, la mamá que limpia y atiende a los hijos, y el nene y la nena, no hay dudas de que hay una situación de crisis. Esa familia “normal” está atravesada por mamás que trabajan, por divorcios y formación de nuevas parejas con hijos convivientes y no convivientes (“los míos, los tuyos, los nuestros”), por transformaciones ligadas al proceso de envejecimiento (viudez y hogares unipersonales). A esto se agregan otras formas de familia más alejadas del ideal de la familia nuclear completa: madres solteras y madres con hijos sin presencia masculina, padres que se hacen cargo de sus hijos después del divorcio, personas que viven solas pero que están inmersas en densas redes familiares, parejas homosexuales, con o sin hijos. Todas ellas son familias.
Lo que tenemos en curso es una creciente multiplicidad de formas de familia y de convivencia. Esta multiplicidad, lamentada por algunos, puede también ser vista como parte de los procesos de democratización de la vida cotidiana y de la extensión del “derecho a tener derechos” (inclusive al placer), con lo cual la idea de crisis se transforma en germen de innovación y creatividad social.
Hasta ahora, no hablamos del amor, de los afectos, de la intimidad, aspectos implícitos en la noción de familia con que se maneja el sentido común. Nuevamente, la tarea a desarrollar en este libro es analítica, es decir, habrá que deconstruir, desarmar, contextualizar el lugar de los afectos, amores y pasiones en el ámbito familiar, para poder reconstruir la multiplicidad de sentidos y espacios para la expresión de sentimientos y afectos, así como el espacio para la intimidad.
Adelantemos algo en esta dirección. Aunque en la vida cotidiana la familia es percibida como el ámbito del amor, en realidad hay sólo un vínculo que idealmente se basa (y no desde hace mucho ni para todas/os) en el amor: la elección de pareja. Todos los demás vínculos familiares son “adscritos”: padres y madres, hermanos y abuelos están definidos independientemente de la voluntad de cada uno. Y si bien se puede elegir el momento y la oportunidad de tener un hijo, no hay elección de las características del hijo/a que va a nacer (por lo menos hasta ahora, aunque la tecnología de la reproducción y losavances en la clonación permiten imaginar un futuro diferente… e  intimidador). El afecto dentro de la familia, entonces, se construye socialmente, sobre la base de la cercanía en la convivencia, de las tareas de cuidado y protección, de la intimidad compartida, de las responsabilidades familiares que las demás instituciones sociales (la escuela, la Iglesia, el Estado) controlan y sancionan. Hay, entonces, una tensión irreductible entre el amor y la pasión en la elección de la pareja (que puede acallarse o desaparecer con el tiempo) y la responsabilidad social de los vínculos de parentesco, que se extienden lo largo de toda la vida. Podemos anticipar algunas de las reacciones que puede provocar la lectura de este libro. ¿Es un libro sobre mujeres? Ésta puede ser una primera reacción. Es que los temas de la familia y el hogar –las tareas
domésticas, la gestación y cuidado de los niños, el afecto y la “devoción” de la madre– han sido tradicionalmente y siguen siendo “asuntos de mujeres”. Aun en el mundo público de las políticas sociales, estos temas son identificados con la labor de mujeres, sea de funcionarias,“primeras damas” o de alguna otra figura maternal. Se trata, entonces, de reconocer que ¡en la familia también hay hombres! Y no solamente como proveedores económicos. Hombres y mujeres tienen distintos lugares y roles diferenciados que están en proceso de transformación. Mujeres que salen a trabajar o que son “jefas de familia”,hombres que reclaman su derecho a la paternidad constituyen desarrollos recientes, con efectos de largo plazo, muy significativos. Sólo tomando sistemáticamente las relaciones de género como eje del análisis es posible llegar a dilucidar estas transformaciones. Una segunda pregunta posible: ¿es un libro feminista? Hemos respondido ya al plantear la perspectiva de la democratización en la familia. Esta democratización implica, como horizonte, un entorno de intimidad y convivencia planteado desde el respeto y elreconocimiento de sus miembros como “sujetos de derechos”, sin estar subordinados a un poder arbitrario y a menudo basado en la violencia. Ésta es la perspectiva “feminista” desde la cual el libro está escrito.

 

 

 

 

 

 

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